EMPATÍA: ENTENDER LOS SENTIMIENTOS Y ACCIONES DEL OTRO DESDE SU MUNDO.
La
empatía suele entenderse como la
capacidad que todos tenemos para ponernos en el lugar del otro, para comprender lo que siente, piensa y hace
desde su propia perspectiva, o, como decimos en Programación NeuroLingüística (PNL), desde
su mapa: su específica manera de entender el mundo. En entornos científicos, en ocasiones, se habla de
experiencia vicaria como puesta de relieve en que
se vive algo que no es propio, sino ajeno, aunque lo sentimos como si lo estuviéramos viviendo nosotros mismos.
Podemos decir que cuando tenemos una
actitud empática hacia lo que alguien nos cuenta estamos realmente haciendo
dos cosas al mismo tiempo:
- Poniéndonos en la forma de percibir de la otra persona, de alguna forma es como meternos en “su mente” y hacernos una idea sobre lo que puede ser su mapa del mundo para comprender lo que está viviendo. Este aspecto lo podemos denominar Empatía Cognitiva (EC), pues supone meternos en su cognición, en su forma de pensar el mundo. Por ejemplo, “cruzar la calle” en la plaza de Sol de Madrid no es lo mismo que un palestino o israelita en pleno conflicto cuando “cruza la calle”, pues es un ejercicio de poner en riesgo su vida.
- Comprendiendo las emociones y sentimientos que la otra persona tiene, muestre o no de forma expresa, para así poder entender propiamente lo que siente que le ocurre desde su propio punto de vista. A este componente le llamamos propiamente empatía o Empatía Afectiva (EA). Por ejemplo, en el caso anterior, comprender qué significa cruzar la misma calle en la que fueron abatidos sus familiares el día previo. Seguramente entrañará una emocionalidad que, si no es tenida en cuenta, no comprenderemos el verdadero significado de “esa calle” para él.
La capacidad de tener empatía es
altamente adaptativa para ambientes
interpersonales sociales, por el entramado tan
complejo de variables y matices que han de ser
ponderados desde la emocionalidad (EA) y punto de vista (EC) de los demás, además de una
autoempatía hacia
lo que uno mismo siente al respecto, en el contexto en el que se ve inmerso.
Tener empatía implica
compartir emociones e incluso
haber sentido esas mismas emociones para una completa significación de ellas, aún cuando
empatía se diferencia de la simpatía precisamente por
no dejarse contaminar por la emocionalidad del otro.
Por ejemplo, si un cirujano tiene empatía puede ponerse en el lugar emocional de un paciente que asume una cirugía a vida o muerte, pero si el mismo cirujano se dejase contaminar emocionalmente por su miedo, impotencia o frustración, no podría ejercer todo su buen hacer y expertise en el acto quirúrgico, y, sería, de hecho, un mal cirujano, por autolimitarse emocionalmente. Por ello,
ser empático no significa sentir lo mismo que el otro (=simpatía), sino comprender lo que siente el otro
aún pudiendo mantener las propias emociones (=empatía).
UNIÓN DE LO DIVERSO: EMPATÍA AFECTIVA DE LO COMÚN Y COGNITIVA DE LO DISTINTO:
La empatía nos permite
expresarnos en la vida de diferente forma y al tiempo sentir emociones similares en función de
nuestra experiencia vital, creencias y educación pasada, de forma que:
- Cuando sentimos la EA, nos situamos en un plano de igualdad, de ser capaces de sentir (y haber sentido) esas mismas emociones que reconocemos en el otro. Es vital aquí saber que las emociones que el otro siente son similares a las que nosotros podemos sentir llegado el caso.
- Cuando sentimos la EC, nos situamos en un plano de desigualdad, asumiendo que la forma en la que la otra persona vive su vida tal y como percibe “su” mundo es -en gran medida- distinta, y nos exige una aprehensión de este mundo mental para poder ver las cosas desde su punto de vista. Es vital aquí saber que nuestro mundo mental es diferente al del otro.
Todos somos en parte iguales (en lo afectivo, EA) y en parte distintos (en lo cognitivo, EC), y eso es común a todos pues
nos une como seres humanos con
diferente forma de expresión de nuestro ser pero con
capacidades y habilidades en gran medida similares.
EVOLUCIÓN NEUROCIENTÍFICA DE LA EMPATÍA:
La primera vez que se utilizó el término
empatía fue en 1903 por
Lipps, que lo consideraba un
fenómeno automático en quien sentía la emoción del otro (EA), sin mediar proceso cognitivo alguno (sin EC). Hoy no se considera así por algunos, aunque sí por otros.
El aspecto cognitivo se pretende que difiera la empatía humana de un proceso similar en otros animales.
Solo en la humana media una teoría de la mente (
ToM,
Theory
of
Mind).
Supuso un salto importante en la comprensión neurológica de la empatía el descubrimiento por
Rizzolatti de las
neuronas espejo. Según observaron
accidentalmente, algunas neuronas que están implicadas en los comportamientos motores (rigen el movimiento) de los grupos musculares que se activan cuando hacemos un
gesto (asociado a emociones, por ejemplo, como fruncir el ceño), también se activan cuando vemos realizar ese movimiento en otro. Experimentalmente demostraron que algunas zonas del cerebro de
monos se activaban cuando veían a otros monos realizar esos movimientos que ellas mismas realizarían si se tradujeran en movimientos. De alguna forma esto significaría que podemos
“corporalizar las sensaciones y emociones de los demás”, lo que supone una ventaja adaptativa porque con este mimetismo podemos ponernos en el lugar del otro y
anticipar sus movimientos, acciones y estrategias para buscar nuestro beneficio propio y común.
En general, el
constructo multidimensional más aceptado incluye -como veíamos- un componente afectivo de similitud con las emociones que el otro expresa y recibimos, y el componente cognitivo que construye, desde la
flexibilidad cognitiva de nuestra mente, la forma de ver la vida del otro y su mapa del mundo. Ambos,
afectividad y
cognición están muy presentes en la interacción social diaria.
QUÉ REGIONES DEL CEREBRO SE ACTIVAN PARA LA EMPATÍA:
Tanto en la
EA como en la
EC se consideran
componentes neurológicos distintos implicados que corresponden con funciones distintas (funcional y neurobiológicamente diferentes, pero complementarios para la experiencia de la empatía). Veámoslos separadamente para entender mejor lo que ocurre conjuntamente:
Empatía Afectiva (EA):
Para ponernos en un escenario de igualdad en el plano emocional, y sentir emociones que conocemos y hemos vivido antes, aunque no necesariamente en ese momento (eso sería simpatía), el componente EA tendría un reflejo en áreas que nos permiten vivenciar las emociones y ser conscientes de ellas, como las regiones prefrontales ventromedial (más dedicada a la comunicación emocional interna y procesamiento de alto nivel de ella) y orbitofrontal (responsable de la memoria emocional de trabajo y la inhibición amigdalar primaria en entornos sociales llenos de matices que deben ponderarse, además del aprendizaje del cambio ante resultados diferentes tras dejar de surtir el efecto que deseamos).
Además, estarían directamente implicadas el sistema de neuronas espejo de Rizzolatti y las regiones anteriores de la corteza del cíngulo o cingulado (en la región inferior y medial de los lóbulos frontales) y de la ínsula (región cortical que constituye el quinto lóbulo cerebral, oculto tras la cisura central).
Se describe un reconocimiento de lo que siente el otro, comprendiendo que es similar a lo que son nuestras propias emociones y sentimientos, por lo que sería más fácil de comprender y valorar en qué medida puede eso cambiar la forma de ver el mundo para el que en ese momento lo está sintiendo (el otro).
Empatía Cognitiva (EC):
Para poder construir mentalmente o simular un escenario potencial que sea similar al que comprendemos que vive el otro, necesitamos las funciones cognitivas superiores, principalmente dependientes del área dorsolateral del lóbulo prefrontal, como parte de lo que se llama mentalización o ToM (teoría de la mente): la representación en la mente de lo que está organizado en ella, tanto de la imagen de uno mismo y lo que piensa como lo que le ocurre al otro, una forma de imaginar su mapa del mundo.
Algo obvio es entonces comprender que el otro está en una posición diferente, y tomar la perspectiva imaginada en el otro para construir mentalmente el escenario en el que comprender su forma de actuar, pensar o sentir.
Este abordaje multidisciplinar tiene mucho sentido desde el estudio de lesiones cerebrales y su repercusión diferencial en ambos tipos de empatía, que podemos valorar en la psicopatía y autismo, pues en cada uno de ellos un componente de la empatía está activo y presente y el otro es disfuncional o está ausente.
AUTISMO AFECTIVO (falla EC) Y PSICOPATÍA COGNITIVA (falla EA):
Desde el estudio de las patologías cerebrales conocidas podemos darnos cuenta de que esta forma de comprender la empatía puede tener sentido. El
autismo se caracteriza por un
aislamiento con respecto a los demás, pero sí expresan emocionalidad, aún sin comprender el mundo como una “persona sana” haría. El
psicópata, por su parte, puede comprender y explicar perfectamente el mapa mental de otra persona, e incluso el suyo propio, pero
no comparte la emocionalidad que comprendemos normal en personas “sanas”, aislándose en su caso de la afectividad social.
Por ello,
el autista presenta EA pero no EC, mientras
el psicópata comprende y comparte la EC, pero tiene alterada la EA. Como vemos, pueden ser diferentes componentes, porque en estas enfermedades se afecta uno y el otro queda indemne.
Por otra parte, el desarrollo
más precoz en el niño de la
afectividad (EA) y su más tardía mentalización (EC) hace que sienta más fácilmente lo que el otro siente, antes incluso de comprender el mundo desde el que lo siente (simulación mental).
Quizás también esto nos ocurra a los
adultos. De hecho, también es la afectividad la que más se mantiene preservada en el envejecimiento normal e incluso en enfermedades como el Alzheimer, incluso con un daño en los aspectos cognitivos muy marcados -se pierde también la inhibición cortical precozmente: se desinhiben-, lo que nos invita a pensar que
quizás en la vida lo más destacable no es lo que pensamos, sino lo que sentimos, pues es lo que antes aparece y lo que más tarda en desaparecer. Es en la
adolescencia cuando más se desarrolla el aspecto cognitivo y puede llegar a generar un
conflicto con la afectividad, especialmente cuando intentamos destacar y poner de relieve nuestro “yo” personal, individual y separado del todo en el que antes nos sentíamos imbuidos “potencialmente” de forma armónica.
LO AJENO Y LO PROPIO: ÁREAS DE PROCESAMIENTO DISTINTO.
Podríamos plantearnos una duda interesante: ¿
cómo sabemos que
lo que “sentimos” por empatía afectiva con otro es
distinto a lo que “sentimos” por nuestro
propia vivencia personal?
La respuesta que ofrece
hoy en día la Medicina es la siguiente: aunque
hay áreas comunes en las que entran a formar parte del proceso vivencial de experimentar los
sentimientos (que no las emociones, pues esas son subcorticales e inconscientes; mientras los sentimientos son
conscientes y de elaboración
cortical) y también hay áreas diferentes.
Las áreas en las que vivimos lo que sentimos, o nos hacemos conscientes de ello, son las áreas del lóbulo prefrontal llamadas
orbitofrontal y ventromedial (la región basal y medial del lóbulo frontal más anterior respectivamente, por delante del área motora, la cual es posterior). Previamente a estas áreas de alto procesado cortical son activadas
áreas primarias y secundarias de asociación de las
diferentes sensaciones corporales, que serán finalmente agrupadas en
una “experiencia” única, que detectamos como lo que “sentimos”.
También se activan las regiones
anteriores de la ínsula y del cingulado, que son activadas de igual manera en el proceso de la
empatía afectiva, tal y como hemos comentado ya.
Por lo que,
la diferencia importante es que
no son activadas las áreas “personales” de vivencia propia para las sensaciones corporales que se identifican asociadas a nuestras emociones y sentimientos. Lo vemos, por ejemplo, en lo mejor estudiado y más conocido por la ciencia, esto es, el
componente somático de las emociones, como puede comprobarse en la flaqueza muscular en la tristeza y apatía, y el tono muscular aumentado en la ira e incluso en el miedo, donde grupos musculares -muchas veces específicos para cada persona- se activan o desactivan constituyendo la
somatización de nuestras emociones, es decir,
la forma en que sentimos en el cuerpo nuestras emociones.
Así, si sentimos un
dolor propio se activarán las
áreas del dolor (nociceptivas) cerebrales primarias y secundarias o de asociación, más las zonas
anteriores de la ínsula y cingulado, pero si
empatizamos con el dolor ajeno, solo se activarán estas últimas y no las áreas nociceptivas primarias y secundarias asociadas a esa sensación somática. Para saber que es
mío el dolor -y no de otro con el que empatice- lo que marca la diferencia es la
activación de mis propias áreas sensitivas; mientras las áreas de empatía (región anterior del cingulado e ínsula) se activan tanto con el dolor del otro como el propio.
Aunque esta explicación nos parece muy rudimentaria aún, quizás es una buena aproximación a lo que sin duda la ciencia aproximará algo más a nuestra comprensión en los próximos años.
ALGUNAS CONCLUSIONES PRÁCTICAS INTERESANTES:
- Para ponernos en la posición empática de otro debemos primero ponernos en el mundo del otro, a nivel cognitivo, esto es, hacer una simulación mental en la que podamos aproximarnos siquiera a cómo vive el otro el mundo que vive, para luego poder comprender lo que siente, desde la perspectiva en la que lo vive.
- No podemos ponernos bien en el lugar del otro si nuestro conocimiento del mundo del otro no es completo (y esto es virtualmente imposible), lo que nos puede ayudar a ser humildes y honestos con esta certeza: nadie mejor que él o ella podrá valorar autoempáticamente lo que siente desde su propia perspectiva (y no siempre lo hacemos).
- El aspecto más poderoso de la empatía es volvernos a todos iguales en la capacidad que tenemos de sentir emocionalmente el mundo (que consideramos “externo”), por lo que, de alguna forma, nos hacemos uno con la afectividad del otro, pues, se puede asumir que, si viéramos el mundo como el otro y reaccionáramos emocionalmente, la afectividad sería muy parecida, incluyendo esos aspectos que condenamos en los demás cuando los juzgamos desde nuestra forma de ver el mundo (sin EC).
- Si es probable que todos pudiéramos sentirnos de forma similar ante las mismas situaciones del otro si hubiéramos vivido las mismas experiencias de vida que el otro ha tenido, los mismos pensamientos y sentimientos de su misma vida, podemos asumir que todos habríamos hecho cosas similares, pensado cosas similares y sentido cosas similares, por lo que puede ser más sencillo comprender mentalmente lo que es tan liberador emocionalmente: perdonar los errores ajenos por no haber sabido hacerlo mejor, y así poder perdonarnos a nosotros por habernos condenado a una vida de resentimiento (por esos errores ajenos que tanto “valor” tenían en el pasado sufrido).
- La empatía hacia uno mismo o autoempatía implica comprenderse como si fuera un sujeto distinto, también poniéndonos en “nuestra” situación para comprenderla, para escuchar y entender lo que nos está pasando mientras nos sentimos como nos estamos sintiendo. Es un aspecto recurrente que muchas personas comprenden mejor la vida ajena que la propia, y la práctica de la autoempatía puede favorecer que se escuchen, se comprendan, se perdonen, y se mimen… en definitiva, que se quieran tanto como se merecen, al comprender que también, junto con los otros, TODOS SOMOS DIGNOS DE AMOR.
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Autores:
- Dr. Serafín Costilla Marcos:
- Profesor Titular y Presidente de Área de conocimiento de Radiología y Medicina Física en la Universidad de Oviedo.
- Jefe de Sección en Radiología HUCA
- Director de Área de coordinación con Ciencias de la Salud 2015-2020 en la Universidad de Oviedo.
- Jefe Servicio Radiología HUCA 2011-2014.
- Jefe Sección Radiología Hospital Universitario de León 1982-2006.
- Dr. David Calvo Temprano (Director EEL Asturias, Médico Radiólogo HUCA, Profesor Uniovi, Coach y Practitioner PNL certificado por AICM).